
Un sábado como otro cualquiera, salí con mis amigos a dar una vuelta por el centro de Sevilla. De repente nos encontramos un grupo de gente un tanto extraña y patética ante nuestros ojos. Todos iban juntos siguiendo a una especie de guía, como si de una familia de patos o aves se tratase, que van todos juntos en fila y un ‘líder’ delante para guiarlos. Todos como gemelos iban, vestidos iguales con sombreros mexicanos. Con una cámara colgada del cuello, la cual no se descolgaban para nada, como un perro pegado a su collarín. Hacían fotos a cualquier cosa, como a una farola rota, cosa que te hace pensar que allí de dónde vengan, no hay ni una sola en ese estado.
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